domingo, 6 de septiembre de 2015

La reina de las rosas.

Había una vez una dama que vivía en un castillo de antaño, que antes irradiaba esplendor, pero ahora únicamente podía recorrer sus pasillos y su poca compañía eran sus rosales, los cuales sin importar el paso del tiempo y de los años producían las más hermosas flores jamás vistas en el mundo. Sus dedos sufrían pinchaduras constantes al tocarlas, pero no le importaba y aún así el veneno de estas cada vez le constreñía el alma como un corsé. Se paseaba largas horas en la noche por los pasillos recordando con lúgubre melancolía aquellos gloriosos días en los que la rodeaban sirvientes, amigos, familiares y conocidos. Mientras observaba a la luna desde la torre más alta unas suaves lágrimas color escarlata bajaban por sus mejillas ¿Por qué amiga? ¿por qué? Daría este reino por un corazón. Repetía cada noche, hasta que un día su esencia se desgastó tanto que se desvaneció con suavidad en el aire. Su leyenda pasó a la posteridad como la reina de las rosas y en su lápida rezaba “Aquí yace la reina Annelotte, cuyo corazón ardiente mantiene el espíritu de estas rosas. Su trágica partida conmovió el espíritu de aquellos que a tiempo no la supieron encontrar”.