Había una vez una dama que vivía en un castillo de antaño, que antes irradiaba esplendor, pero ahora únicamente podía recorrer sus
pasillos y su poca compañía eran sus rosales, los cuales sin importar el paso
del tiempo y de los años producían las más hermosas flores jamás vistas en el
mundo. Sus dedos sufrían pinchaduras constantes al tocarlas, pero no le
importaba y aún así el veneno de estas cada vez le constreñía el alma como un
corsé. Se paseaba largas horas en la noche por los pasillos recordando con
lúgubre melancolía aquellos gloriosos días en los que la rodeaban sirvientes,
amigos, familiares y conocidos. Mientras observaba a la luna desde la torre más
alta unas suaves lágrimas color escarlata bajaban por sus mejillas
¿Por qué amiga? ¿por qué? Daría este reino por un corazón. Repetía cada noche,
hasta que un día su esencia se desgastó tanto que se desvaneció con suavidad en
el aire. Su leyenda pasó a la posteridad como la reina de las rosas y en su
lápida rezaba “Aquí yace la reina Annelotte, cuyo corazón ardiente mantiene el espíritu
de estas rosas. Su trágica partida conmovió el espíritu de aquellos que a
tiempo no la supieron encontrar”.
DÍAS CONTIGO.
Hace 12 años